En ocasiones empezar un proyecto puede resultar más complicado de lo aparente, aunque parezca fácil, pero el entusiasmo de hacerlo es más que suficiente para comenzar.
Pongámonos en situación. Digamos que la emoción y exaltación ante una idea es regulable o controlable, pero ante una idea que se conecta con otras ideas, que llega en el momento oportuno y que encima te toca la fibra… eso te ciega. Te rebosa de ansia, de gula. Es como pasar por la puerta de la pollería de camino a casa un sábado, justo después de dar un paseo mañanero o de hacer deporte, en ese momento en el que el hambre aún es débil, y tan rápido como puede te mete un puñetazo en el estómago.
Justo en ese instante te viene la inspiración, y la idea toma su forma definitiva. “Compro un pollo para comer”
La idea es sencilla, ahora hagámoslo más complejo. Digamos que llegas a casa, coges el teléfono y llamas a la pollería, o mejor dicho sacas toda la publicidad del buzón y seleccionas la pollería más barata que más se ajusta a tu presupuesto económico.
-Hola buenos días, quería un pollo asado.
La conversación no se alarga demasiado, total, tú lo que quieres es pollo.
La espera merece la pena, pero tras unos minutos, largos, muy largos, llega tu pollo. Que tiarrón estas hecho. Lo tienes todo pensado, sacas la fuente esa alargada y empiezas a poner unas ramitas de romero alrededor, todo listo. Sacas el pollo y lo pones en la bandeja… uf… no entra… bueno, le cortamos los muslos y arreglado. ¿Y las patatas? Rayos, daba por hecho que venía con patatas. No pasa nada, bajo a la frutería en un momento y compro un par de patatas, total aún me queda tiempo hasta que lleguen los demás. La sorpresa está en que solo hay bolsas de 8kg de patatas ¿Y qué hago yo con tantas patatas? Y que caras que son… Que remedio.
Subes a casa, pelar, cortar, freír, montar. ¡Listo!
Están a punto de llegar y con lo pronto que has sacado el pollo parece que se está quedando un poco frío… al horno con él.
Llaman a la puerta, y aquí llega la tropa… pero… ¡pero si son más de los que pensabas! Bueno, hay guarnición de patatas… Y encima por recalentarlo se te está quedando seco. Maldita sea, esto te pasa por salirte del plan, pero comer de tapas y poner un pollo en la mesa, tiene su mérito oye.
Preparas una salsa, no quieres hacerles esperar, y con las prisas te queda un poco aguada. Pero no reparas en buscar la jarrita que va a juego con la fuente para poner la salsa.
Y al fin llega tu momento, sacas el pollo y lo pones en todo el medio de la mesa. Bueno en realidad te toca apartar unas cuantas cosas… no contabas con que cada uno traía tapas y claro… esta la mesa repleta. Un poco apretado todo, pero entra.
-¿Lleva limón el pollo?- pregunta uno.
-Pues no lo sé- no te paraste a preguntar al pollero.
-Uff… es que el limón no me gusta.
Vaya con el especialito. Si llego a saber que algo no le iba a gustar a alguien pregunto primero.
Bueno ya está todo servido, ¡a comer!, o eso creías tú.
-Que buena pinta tiene la salsa, ¿hay pan?
Corres, descongelas un poco de pan, lo cortas en rodajas y lo pones en el primer plato que encuentras. Seguro que se te ha enfriado el pollo otra vez…
Al fin te sientas, pero algo falla…
-¿Alguien sabe despiezar un pollo?
La última vez que hago algo así, pensarían muchos. Es normal que cuando empezamos un proyecto nos encontremos imprevistos, te dirían otros. Y no les falta razón. Sin embargo podríamos habernos ahorrado sobrecostes, tiempos de espera o sorpresas, con un UX process que:
- Defina las preguntas adecuadas.
- Marque las funciones o requisitos concretos, así como el tempo.
- Estudie la interacción o comunicación con el target final.
- Estructure bien su funcionalidad y uso.
- Diseñe su forma alcanzando los sentidos necesarios, (esperemos que esté bueno).
Podría contar mucho más, pero creo que me ha entrado hambre. Pediré algo de pollo.